lunes, 11 de septiembre de 2017

AMORES DE SARMIENTO/4


De las evidencias Cuando Sarmiento llegó a Buenos Aires, en principio solo, la relación con Benita Martínez Pastoriza tras siete años de matrimonio no daba para más. La apasionada y vehemente Benita era una celosa feroz, y muchas veces con motivo. Diez años menor, siempre peleó por él: por retenerlo primero; para destruirlo después. Los acontecimientos se precipitaron cuando, a principios de 1857, Benita también desembarcó en Buenos Aires, con su hijo. No es raro que, tras poner casa y familia ­reunida en la misma cuadra y vereda que los Vélez Sarsfield, en seguida descubriera las complicidades, los pretextos, las argucias de los amantes para estar juntos con cualquier motivo. Y no se calló: "¿Recuerda usted haber oído un suceso muy sonado que ocurrió aquí (de la hija de uno de los hombres que figuran en este momento) que se casó embarazada de cuatro o cinco meses con un médico y que éste mató a los dos meses de casada al que creyó autor de semejante infamia? –le cuenta en una carta a un amigo santiaguino, Hilarión Moreno–. Pues bien, mi amigo, ésta es la escoria que ocasiona mi desgracia. No puedo contar a usted detalles, pero bástele decir que empecé por sospechar y concluí con las pruebas. ¿A qué tiempo cree usted que las obtuve? A los tres meses dos días de llegada". Y agrega pormenores: "Para que se forme idea de lo exquisito de mi vida. Vivo una casa de por medio de la de mi rival y viendo las señas que esa infame hace a mi marido y viéndolo a él entrar a la casa de ella; sólo viene a mi casa en el momento de comer". Con semejantes evidencias, no vaciló en enfrentar la situación: apartar a su marido de la escoria. Acosado, Sarmiento en principio negó todo, luego admitió a medias y pidió evitar el escándalo. Finalmente, terminó también él fuera de sí: "Primero quiso persuadirme de que todo se había concluido, pero que era preciso guardar ciertas apariencias por la amistad del Papá (se refiere a Dalmacio) –cuenta Benita en la misma carta a Hilarión Moreno– pero como se pasa de amistad porque más interés tiene en esa casa que por la suya propia, ha concluido por hacerse el guapo y decirme que irá aunque me muera, aunque nuestro matrimonio se rompa, después que se ha cansado de intentar que me vuelva a Chile". Ella está a punto entonces de desatar el escándalo público, pero las razones de interés público –y personal, claro– hacen que en principio los hechos queden en el ámbito privado, espacio de la extorsión. Así, Benita no denuncia a su marido, pero sí presiona a Aurelia, el eslabón más débil y expuesto al escándalo. Se teje entonces toda una sorda historia de amenazas que obliga a los amantes a optar, en principio, por el renunciamiento: "He debido meditar mucho antes de responder a su sentida carta de usted, como he necesitado tenerme el corazón a dos manos para no ceder a sus impulsos –dice un Sarmiento retórico pero elocuente en respuesta a una carta de Aurelia que no se ha conservado–. No obedecerlo era decir adiós para siempre a los afectos tiernos y cerrar la última página de un libro que sólo contiene dos historias interesantes. La que a usted se liga era la más fresca y es la última de mi vida. Desde hoy soy viejo (…) Acepto de todo corazón su amistad que será más feliz que no pudo serlo nunca un amor contra el cual han pugnado la más inexplicables contrariedades –continúa, con evidente alivio– (...) Los que tanto la aman no me perdonarían haberla expuesto a males que no me es dado reparar. Ante esta responsabilidad, todo sentimiento egoísta debe enmudecer de mi parte, y con orgullo puedo decírselo, han enmudecido." Parecía un asunto concluido. Pero no lo estaba. En la relación de Aurelia y Sarmiento se alternan períodos de cercanía e intimidad con largos lapsos de separación. Así, vivieron los múltiples sobresaltos de la pasión en esos primeros y accidentados seis años de Sarmiento en Buenos Aires. Cuando se separaron por primera vez, él ya tenía cincuenta y ella, veinticinco; y con ese primer desgarrón saltó el escándalo. En 1861, Sarmiento fue designado por Mitre interventor en San Juan y partió solo. Para alivio paradójico de Benita, para angustia de Aurelia. Las cartas que se conservan de ese momento son las más reveladoras de hasta dónde había llegado esa relación honda y contrariada a la vez: "Estoy pasando días horribles con tu retiro, es preciso que esto acabe –dice Aurelia en una carta de fines de ese año, y tras otras consideraciones sigue la declaración de amor más explícita y hermosa que se ha conservado–. Te amo con todas las timideces de una niña, y con toda la pasión de que es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca, como no creí que era posible amar. He aceptado tu amor porque estoy segura de merecerlo. Sólo tengo en mi vista una falta, y es mi amor por ti. ¿Serás tú el encargado de cas- tigarla? Te he dicho la verdadÛ en todo. ¿Me perdonarás mi tonta timidez? Perdóname, encanto mío, pero no puedo vivir sin tu amor. Escríbeme, dime que me amas, que no estás enojado con tu amiga que tanto te quiere. ¿Me escribirás, no es cierto?". Y él le escribió, claro. Y muchas cartas fueron y vinieron por canales cada vez más oblicuos y menos confiables, usando a terceros como destinatarios: "He recibido tu recelosa carta extrañando mi silencio y recordándome posición y deberes que no he olvidado –le dice él desde Mendoza, en el verano del 62–. Tus reproches inmotivados me han consolado, sin embargo; como tú, padezco por la ausencia y el olvido posible, la tibieza de las afecciones me alarman. Tanto, tanto hemos comprometido que temo que una nube, una preocupación, un error momentáneo haga inútiles tantos sacrificios (...) La verdad es que tu amiga me alarmó con las prevenciones que me hicieron temer un accidente, pues ella anda muy cerca de las personas en cuyas manos una carta a ti, o tuya, sería una prenda tomada". Y luego, como en ningún otro testimonio que se conserve, Sarmiento le abre su orgulloso corazón y le muestra el lugar que ocupa en él: "No te olvidaré porque eres parte de mi existencia; porque cuento contigo ahora y siempre. Mi vida futura está basada exclusivamente sobre tu solemne promesa de amarme y pertenecerme a despecho de todo; y yo te agrego, a pesar de mi ausencia, aunque se prolongue, a pesar de la falta de cartas cuando no las reciba (...) Necesito tus cariños, tus ideas, tus sentimientos blandos para vivir... Atravieso una gran crisis en mi vida. Créemelo. Padezco horriblemente y tú envenenas heridas que debieras curar. Al partir para San Juan, te envío mil besos y te prometo eterna constancia. Tuyo." En mayo de ese mismo año, una de esas cartas de amor cayó en las manos no debidas, y de la peor manera. Dominguito fue a buscar correspondencia de su padre y encontró una carta dirigida a una de ésas destinatarias falsas, una vieja –dicen– que apenas si sabía leer: es que era para Aurelia, claro. Benita, que era amiga personal y confidente de las mujeres de Mitre, de Avellaneda, desató una tormenta que, aunque no llegó a la prensa, sí alcanzó a San Juan. Sarmiento se sintió traicionado, definitivamente herido, y el escándalo acabó con un matrimonio muerto hacía rato. Lo que siguió fue un largo período de más de una década en que el vínculo se afirmó sobre otras bases. Primero fueron seis largos años de separación, pero denso contacto epistolar. Sarmiento, concluido su gobierno en San Juan, partía de embajador a Estados Unidos, país del que sólo regresaría en 1868 para asumir la presidencia. A partir de ese momento –él tiene 57 años y Aurelia treinta y dos–, Sarmiento podrá vivir y compartir a pleno con ella la tan demorada apoteosis del poder. Aurelia estará en todo junto a él y a su padre –será el primer ministro del Interior de Sarmiento– como ayudante, consejera, y como posibilidad de reposo para el hombre que, de regreso a su hogar, pasa cada noche por su casa tras la jornada de gobierno. Cuando termina su mandato Sarmiento tiene sesenta y tres años y su carrera política está de algún modo acabada. En los años siguientes fue Aurelia la que, por primera vez, necesitó que él la acompañara. En 1875 murió el viejo Vélez, y en pocos meses de 1880, en Córdoba y mientras las cuidaba, su hermana y su madre. Siempre estuvo Sarmiento con ella. Hay en esos últimos años compartidos gestos conmovedores, como cuando él, ya al borde del retiro, la incita a escribir y le publica sus excelentes notas de viaje desde Europa, primero en El Nacional y después en El Censor, su propio diario. Por eso, cuando Sarmiento muere, familiero, entre nietos, discutido, y prócer en Paraguay, a los 77 años, Aurelia, la compañera de siempre que había llegado a visitarlo una semana antes –y que no lo vio morir acaso porque ya había enterrado a toda su familia– se quedó definitivamente sola. Asistió, oscura y lateral, a las consabidas, populosas, reparadoras exequias, y comprendió que ya nada tenía que hacer allí.http://www.lanacion.com.ar/671215-sarmiento-aurelia-velez-contra-viento-y-marea

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