lunes, 11 de septiembre de 2017

AMORES DE SARMIENTO /2


De la confluencia Venían de tiempos, lugares y mundos diferentes. Domingo Faustino Sarmiento había nacido en San Juan en 1811, apenas un año después de la Revolución. Aurelia Vélez, en el corazón de Buenos Aires, en 1836. En ese cuarto de siglo habían pasado muchas cosas –las guerras de la independencia, las luchas entre unitarios y federales–, pero al final había quedado uno solo, alguien alrededor de quien giraba todo: Rosas. Sarmiento, desde su juventud, iba y venía de Chile empujado por la política. El doctor Vélez Sarsfield, un cordobés ya famoso, unitario de corazón y sin embargo abogado de la familia del muerto de Barranca Yaco, había quedado demasiado cerca del poder para estar cómodo. Cuando Lavalle se levantó en el cuarenta, todos pensaron que ganaba. La derrota los uniformó en las rutinas del exilio mientras Rosas seguía ahí, imperturbable. En 1845, Sarmiento venía de Chile y, camino de Europa, quiso juntarse con los que se iban amontonando en la cercada Montevideo: Echeverría, Mitre, también Vélez Sarsfield. Y fue entonces cuando se cruzaron por primera vez: él tenía 34 años, pelo, barba y un libro reciente que lo haría famoso, aunque aún no lo era: el Facundo. Aurelia tenía nueve y asistía a las reuniones de su padre con otros señores, sin soltarle la mano y con los ojos así. Siempre recordaría a ese hombre algo tosco y menos elegante que los otros, pero enfático y persuasivo: el ruido y la furia. El 3 de febrero de 1852, la batalla de Caseros partió el siglo. Todo sería antes y después de Rosas. Los perseguidos y postergados de antes eran los protagonistas de lo que se venía. Pero tras la euforia, las diferencias volvieron, y llegó la ruptura: Buenos Aires y la Confederación, Urquiza y Mitre. En ese clima, en el invierno de 1855, Domingo Faustino Sarmiento arribó a la ciudad de los sueños y las pesadillas. Esta vez venía a quedarse y a trabajar, a hacer política en El Nacional, el diario de Vélez Sarsfield. clic aquí Una fría tarde de julio llegó a la casa del director del periódico, y al entrar en el escritorio de su viejo amigo la vio. Tardó un instante en darse cuenta. Habían pasado diez años y la pequeña Aurelia que lo saludaba con leve sonrisa ya era una mujer. Y le gustó esa mujer como le gustaban en general las mujeres. El tenía cuarenta y cuatro años; ella, diecinueve. Y todo empieza ahí.http://www.lanacion.com.ar/671215-sarmiento-aurelia-velez-contra-viento-y-marea

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